Las dos Españas hasta sus últimas consecuencias: en este país en el que siempre ha habido que ser, por narices, de Marcial Lalanda o de Joselito, de los carlistas o de los isabelinos, del Madrid o del Barça, de los rojos o de los nacionales, del PP o del PSOE, de la Cope o de la Ser, del vaso medio vacío o del vaso medio lleno, del blanco o del negro, encuentran difícil acomodo el término medio, el razonamiento riguroso o la simple sensatez que se niega a ser etiquetada.

 

Sin embargo, cuando el 11 de marzo de 2004 el mayor atentado de la historia de España nos levantaba a todos con la noticia de casi doscientos muertos, centenares de heridos y un drama para muchísimas familias, pocos podían imaginar, aun con aquellos antecedentes, que los sectarismos llegarían al extremo de acampar también en medio de una tragedia nacional de esas dimensiones.

 

Ha comenzado en estos días el juicio por aquel atentado terrorista y, en vez de encontrar una sociedad, unos partidos y unos medios de comunicación unidos en el rechazo al terror y en la cercanía a las víctimas, unidos en el dolor y en la exigencia de justicia, encuentra también dos bandos: los que quieren que hayan sido los islamistas y los que quieren que haya sido ETA. ¿Cabe mayor disparate?

Los que el día de reflexión exigían en la calle la verdad antes de votar y un gobierno que no nos mintiera, hoy creen que todo está muy claro ya, que no hay que dar más vueltas al asunto, que no puede plantearse ninguna duda sin ser automáticamente sospechoso y que pedir la investigación de ciertos aspectos implica en sí mismo cuestionar a las instituciones democráticas y dar alas a delirantes teorías conspiratorias.

 

Enfrente, los que aquellos días mantuvieron contra toda evidencia que no existía ninguna duda de que había sido ETA, y que el atreverse siquiera a sugerir que podía existir otra vía de investigación era de miserables, parecen sostener ahora que tal vez acertaron, aunque fuera por casualidad, aunque entonces no lo supieran y ahora sigan sin saberlo, y se esfuerzan por buscar resquicios en esa dirección.

 

La llamada teoría conspiratoria no tiene, al menos hoy por hoy, fundamentos suficientes para mantenerse en pie como una tesis demostrable, pero la versión oficial hace aguas por muchos frentes y tiene serios e inquietantes agujeros por aclarar. Las investigaciones periodísticas no han apuntalado con rigor una versión alternativa coherente, pero no es menos cierto que han tenido la virtud de poner sobre la mesa muchas lagunas y contradicciones en la investigación oficial, aspectos que -¿por qué no?- deben aclararse hasta sus últimas consecuencias sin miedo al resultado.

 

En un caso como éste, hay que averiguar la verdad, sin apriorismos y sin dejar vías sin explorar, hay que despejar las dudas de manera razonable, hay que juzgar a quienes los indicios apunten como presuntos autores materiales e intelectuales y, si las pruebas les incriminan, hay que condenarles. Simplemente eso. Sean quienes fueran. Nosotros –siempre nadando contracorriente- no sentiremos, en ninguno de los casos, que hayamos perdido apuesta alguna.

Los forofos, que se pongan –también en esto- la camiseta del color que quieran y que animen a los de su equipo. Nosotros nos negamos rotundamente a ver el juicio del 11-M como una disputa entre bandos políticos y mediáticos, nos negamos a ser parte de un bochornoso espectáculo. No somos ni de los partidarios de que haya sido ETA, ni de los partidarios de que haya sido Al Qaeda. Somos partidarios de que esto jamás se hubiera producido. Somos partidarios de que no se utilice como arma arrojadiza entre gobierno y oposición. Somos partidarios de que se corrijan posibles errores para intentar que no se repita un atentado de estas características. Somos partidarios de no olvidar nunca a las víctimas, a los que se fueron y a los que a día de hoy aún padecen las consecuencias. Somos partidarios de la justicia. Somos partidarios de la verdad. Esos son nuestros únicos compromisos y nuestras únicas lealtades.