Uno de los apóstoles del nuevo laicismo, director de un colegio público, ha prohibido que los niños monten este año el belén. Un belén, algo tan entrañable y ligado a nuestra cultura. El belén, escenificación del nacimiento de Cristo, lo inventó San Francisco de Asís.

Al parecer los apóstoles del laicismo quieren una escuela fría y desapacible, ajena a referencias sentimentales como ésta que ahora se quiere prohibir.

Sin embargo, se equivocan algunos sectores católicos cuando plantean el debate en términos de "descristianización" de España. Ése no es el tema. ¿Es España menos católica ahora que cuando los jefes de Estado iban bajo palio eclesial? Por ahí no van los tiros. El cristianismo, decía Víctor Hugo, recubre toda la corteza de la sociedad occidental pero todavía queda mucho para que penetre en su corazón. Puede que hoy los católicos sean menos, pero también es cierto que se ha ganado mucho en su "calidad" y nivel de compromiso.

El debate laicistas-católicos es un debate falso, dirigido políticamente. Es un debate del pasado que pretende resucitar el fantasma de las dos Españas. Y el futuro no va (no debe ir) por ahí, por más que se empeñen los nostálgicos del pasado de uno y otro lado.

España no va a ser ni más ni menos católica porque se establezca una escuela pública totalmente laica, sin presencia eclesial. Como no lo era, ni más ni menos, cuando los niños llevaban flores a María en el mes de mayo, o el Estado asumía una serie de exterioridades de la religión mayoritaria en España.

El auténtico debate social es el que protagonizan los que (cristianos y no cristianos) apuestan por una sociedad menos materialista, construída sobre los valores espirituales que nunca podrán llegar a su plenitud en un marco de injusticia social. Entendiendo por valores espirituales el respeto a la vida humana de principio a fin; la apuesta por las formas comunitarias de convivencia, desde la familia (tradicional o no) hasta la comunidad nacional; la dignidad, en definitiva, del ser humano como portador de un alma única e intransferible. Los valores espirituales son el mejor antídoto contra la globalización consumista.

Qué duda cabe: en todo esto los cristianos tienen mucho que decir, y lo más adecuado sería que se sumaran a ese "movimiento por el espíritu", que no puede ser ajeno a la interpretación cristiana de la vida, antes que adoptar posturas ultradefensivas.

En el otro lado, están los materialistas, los que quieren una sociedad fría y deshumanizada. Y aquí podemos encontrar desde el tiburón financiero sin escrúpulos (quizá recubierto de un respetable "catolicismo formal") hasta el neomarxista, nuevo apóstol del laicismo, que hoy pone todo su empeño en retirar el belén de la escuela.

Materialistas y no materialistas. Ése es el auténtico debate de nuestro tiempo.