El llamado tema vasco se está enconando desde que se pretende resolver por la vía penal. Parece que el gobierno español, este o cualquiera que hubiera habido, ha caído en una trampa largamente buscada y preparada: la victimazación del nacionalismo vasco en una escenificación del mundo al revés donde los verdugos acabarán siendo las victimas y pidiendo la intervención de la ONU en defensa de sus derechos pisoteados.

El problema tiene raíces profundas y es consecuencia de la dimisión de la españolidad (nunca españolismo) en el último cuarto de siglo, tras una largo periodo de excepcionalidad en el que la idea de España fue presentada como un marco de convivencia excluyente por los sectores más reaccionarios del bando vencedor en la escenificación de un burdo españolismo de brillantina imperial que devino inevitablemente en el patrioterismo zarzuelero de charanga y pandereta.

La españolidad como proyecto de las Españas, valor de integración de todos los pueblos que desde Roma son "Diocesis Hispanorum", ha sido la dama boba del proyecto constitucional, a pesar de que aparece suficientemente especificado en el texto de la Carta Magna como "Patria común e indivisible de todos los españoles".

España como sentimiento ha quedado reducido al ajetreo futbolero, con una selección que frustra una y otra vez las expectativas que en ella se ponen. Pero si España fuera solamente un sentimiento no sería algo diferente a lo que emana del vasquismo, el gallegismo o el catalanismo: movimientos apegados a la tierra, la lengua, o hasta el RH sanguíneo.

Lo que no aparece por ningún lado es España como proyecto político de convivencia aceptado por todos con generosidad, y no como a una madrastra a la que se quiere a disgusto y con mala cara. Proyecto que alcanza un punto de inflexión (no comienza) con la unión de las Coronas de Castilla y Aragón y la proyección en la tierra americana. España como ámbito donde se transcienden y adquieren universalidad y sentido cada uno de sus pueblos, que dejan así de de mirarse al ombligo o al propio campanario en un proceso autodestructivo y excluyente. El patriotismo siempre mira hacia fuera y no tiene miedo a la mezcla. El nacionalismo es ensimismado y siempre contempla al exterior con dientes punzantes y afilados. El nacionalismo es el individualismo de los pueblos; el patriotismo es la donación desde la propia estima. Las patrias, como las personas, se pueden organizar desde la generosidad en un proceso continuo de vivir "desviviéndose", o desde el raquitismo moral y la cortedad mental.

Hoy el nacionalismo vasco está en la calle, y el gran gurú, Xavier Arzallus, amenaza con "levantar" al pueblo si continua aplicándose la vía penal. El patriotismo español es una reliquia depositada en un texto legal, defendido a última hora con ese recurso de urgencia llamado "patriotismo constitucional", tan necesario como insuficiente para contestar al nacionalismo etnicista puesto hoy al rojo vivo por el PNV con procesiones populares ante los tribunales de Justicia.

El nacionalismo vasco, que ha impuesto a todo el pueblo vasco un sistema y una bandera (sin tener competencia para ello) sirviéndose del amparo constitucional, tiene carta de legitimidad en la España democrática que nos cobija a todos, pero el patriotismo español es un pecado mortal en una de las partes integrantes de esa España constitucional, cuya intención fundacional era mejorar la integración de los pueblos españoles en la casa común, aunque con escasa previsión de posibles efectos colaterales. El nacionalismo vasco, y el nacionalismo catalán más radical representado por ERC, no quieren ningún tipo de Estado Federal. Eso no sería lo malo. El Estado de la Autonomías es una suerte de federalismo imperfecto, con el inconveniente de que los federalismos son sistemas cerrados en el reparto de obligaciones y competencias. El inconveniente del Estado Autonómico frente a un Estado Federal clásico, la continua reclamación de más autonomía en un proceso abierto hasta el infinito, ha sido aprovechado con inteligencia por los que hoy dicen querer otra cosa, un nuevo reparto del poder estatal. Los llamados nacionalismos periféricos quieren simplemente la separación, la ruptura por vía legal.

Ese es el problema. Hablemos claro.