30 años de abusos de poder, de adoctrinamiento en las escuelas, con la complicidad del bipartidismo y la partidocracia, 30 años mirando hacia otro lado mientras se consumaba el incumplimiento de sentencias judiciales exigiendo a los directores de los centros educativos el derecho de los alumnos a hablar su idioma, el español; 30 años de clientelismo, de amiguismos, de negocios compartidos entre CiU y el PP, 30 años de corruptelas públicas y privadas, dan al traste, a día de hoy, en una Cataluña de perdedores, una Cataluña dividida y, a primera vista al menos, irreconciliable. Las cifras las podemos leer en cualquier diario.

Un tejido social cosido mentira a mentira, en el que brillan por su ausencia el sentido común, la autocrítica, desde luego la generosidad y frente a ello, endogamia y una falta de miras casi enfermiza, absurda, esperpéntica, que ve mártires donde sólo hay cobardes. Que convierte al huido Puigdemont - incapaz de afrontar sus responsabilidades legales, tras dos meses de exhibición junto a unos flamencos ultraderechistas y casposos dados igualmente a la defensa del terruño por encima de todo-, en presidente.

A pesar del incumplimiento de la ley, a pesar de haber llevado a Cataluña a la situación económica más difícil de sus últimos 50 años, a pesar de la inestabilidad social, tanto en sectores públicos como privados, a pesar de demostrarse que el gran artífice del independentismo Jordi Pujol, no quería Cataluña para los catalanes, sino para una eminente y excelsa “casta” de catalanes, compuesta, exactamente, por sus hijos, familia y más próximos colaboradores; a pesar del 3 por ciento y del 4 por ciento exhibidos sin demasiada vergüenza por un Parlamento que la ha perdido por completo en estos dos últimos meses, a pesar de todo ello, “Puchi” podrá reelegido president tras los últimos comicios.

No ha sido suficiente con que más de un millón de personas en Barcelona y cientos de miles en toda España e incluso en el resto de Europa, nos manifestásemos, apoyando a esos catalanes que han prometido que “nunca más” les callarán, y que han supuesto un aumento considerable de votos en el “bando” constitucionalista o a favor de la unidad de España, aplicando una justa sanción frente al partido que ha jugado con su futuro desde Madrid, el Partido Popular.  

Y desde luego no ha sido suficiente con un artículo 155 aprobado -pero no aplicado, ni  en un simulacro-, con muchos prejuicios, canguelo y aprensión, por el qué dirán en Europa; tarde y mal, -no en vano el PP ha sido cómplice y socio de los desmanes de los sucesivos gobiernos separatistas en Cataluña, así como en Euskadi-, porque lejos de llegar a depurar responsabilidades y hacer un análisis profundo de las causas que han llevado a esta situación, a desentrañar mentiras, a desmontar las patrañas que los independentistas han estado llevando a cabo desde el poder, sólo han pretendido dar una lección, recordar dónde están las líneas rojas, cambiar algo, para que todo siga igual. Protegiendo el chiringuito y prometiéndoles mantenerse en sus puestos, en su parcela, si se atienen a razones. Ha sido insuficiente porque, el objetivo, no es ni ha sido nunca, durante toda la “crisis” catalana, hacer justicia, restitución y mantener la ley y la unidad de España, sino proteger los privilegios de los partidos mayoritarios y, con ellos, los del Banco Central Europeo y los de la Troika.

Son todos esos ciudadanos que han prometido no volver a callar, no volver a mirar para otro lado mientras sus derechos se violan desde las instituciones, desde los centros de enseñanza y los medios de comunicación subvencionados, los que vuelven a quedarse desamparados, a pesar de haber salvado la situación con su valentía y su presencia en la calle, y sus denuncias sobre el abuso de poder. Desde Falange Auténtica, animamos a que siga viva la llama, con perseverancia, con el coraje y la alegría que han demostrado estos últimos meses. Seguros de que la alegría y la pasión por un futuro en común, eclipsarán la tristeza de esta locura.

En su definición de locura, Einstein recalca: “Locura es hacer lo mismo y pretender resultados diferentes”. ¿Mismos presidentes, mismos chiringuitos, mismos votos? Si no eres parte de la solución, lo eres del problema.