Bueno pues ya el PP tiene también a su guapito al frente. En este país de sobreactuación feminista en los últimos tiempos, resulta que los cuatro partidos principales del guiñol político nacional, tienen a cuatro señores al frente, todos, menos uno, cortados por la misma tijera, buena planta, cierta juventud, monos y con guiños a eso que la izquierda aparenta odiar tanto, el postureo de los políticos norteamericanos, y mira por donde es precisamente el querubín del PSOE, el que más lo practica de todos.

Quizás seamos injustos al hacer la salvedad de la “belleza” de Pablo Iglesias, si bien, a priori, tanto Pedro Sánchez (PSOE), como Alberto Rivera (Cs) y Pablo Casado (PP), parece que tienen mejor facha (con perdón) que el líder de Podemos, Iglesias cumple más con los parámetros de los cánones perroflauteros, esos dientes sin arreglar, esa barba de anarquista hambriento, esa coleta de cervecero de litrona, esas camisas de progre de barriada, pero el hombre debe de tener su éxito, ahí lo tienen de pija de izquierdas en pija de izquierdas.

Total, que mucho feminismo, mucha “visibilidad” y “empoderamiento” femenino, pero ni uno solo de los partidos que manejan el cotarro político nacional, tiene a una señora al frente. El panorama nacionalista es el mismo, peor si cabe, ya que el perfil de los líderes de las autonomías levantiscas no son precisamente muy actuales en su imagen personal, ni dignas de demasiada admiración estética.

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¡Jamás! dijo el general Prim, presidente del Consejo de Ministros hace más de un siglo y unos días después era asesinado, degollado en su casa, tras salir vivo, aunque en pésimas condiciones, de la pólvora disparada a quemarropa, cuando se dirigía a su domicilio por uno de los tres itinerarios posibles. En los tres había anarquistas a sueldo esperándole y, a pesar de haber recibido amenazas de muerte, el responsable de su seguridad, el regente Serrano, no tuvo la acertada idea de custodiar las señaladas calles con algún que otro policía. Decir que los anarquistas "pasaban por alli".

Unos años después, a finales del siglo XX, otro ministro de la Gobernación, Arias Navarro, -convertido en presidente tras el rotundo fracaso de su gestión, proteger al presidente, actuaba de igual forma en otro magnicidio; el turno del presidente Carrero Blanco.

La memoria de Prim ha tenido que esperar 140 para que una investigación exhaustiva, recogida en el libro “Matar a Prim”, le haga justicia. El viejo liberal puede ya descansar en paz, debido a que su momia, y cientos de papeles olvidados por historiadores de una y otra época, y de todos los colores, a gusto del consumidor político del momento, han dado con los hechos y las huellas que, por suerte, deja tras su paso la verdad.

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En el terreno de los hechos, la Falange y el Nacional-sindicalismo han demostrado no ser categorías consustanciales ni inseparables. Así, se da la persistencia de un sentimentalismo falangista sin vínculos directos con la filosofía política y económica que inspira el Nacional-sindicalismo. Y tampoco rechina ya la posibilidad de un Nacional-sindicalismo desapegado por completo de las formas del falangismo arcaico.

El concepto de autenticidad falangista nace en este contexto polémico, precisamente, pues reivindica el vínculo indisoluble entre el continente (que es la Falange) y el contenido (la filosofía política y económica del Nacional-sindicalismo). En consecuencia, una auténtica Falange no sería aquella que reproduce sin cansancio aparente las formas, tesis y estrategias de la etapa fundacional sino aquella otra que se dispone exclusivamente al servicio de la Revolución Nacional-sindicalista. Porque, como diría Giuseppe Mazzini, un verdadero revolucionario no puede permitirse el lujo de otros compromisos. La Falange, en definitiva, es propensa a la aceptación de cualquier cambio, incluso de nombre, porque es una forma y toda forma es susceptible al cambio. Su autenticidad depende del grosor del cabo que la mantiene unida al fondo, invariable, que es la esencia nacional-sindicalista.

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“Un fantasma recorre Europa…” Así se expresaban Marx y Engels en El Manifiesto Comunista. Un fantasma aterrador, una visión  horripilante, a cuyo paso desencarnado todas las fuerzas de la reacción se aprestaban -codo a codo- a cerrarle el paso. El socialismo que hoy nos toca en suerte conserva ciertas trazas ectoplasmáticas en su ADN. Sigue siendo fantasma, sí, pero en el sentido menos sobrenatural posible. Fantasma… de fanfarrón, presuntuoso o falso. Espectro también de sí mismo, de lo que llegó a suponer en su edad de la inocencia: la esperanza en la igualdad social absoluta entre todos los hombres.

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Hay muchas formas de entender el nacional-sindicalismo.

Una de ellas es la postura testimonial. Consiste básicamente en la defensa a ultranza de todo el aparato teórico planteado por José Antonio durante la etapa fundacional, generalmente con la exclusión de las aportaciones debidas a quienes compartieron con él aquella tarea histórica. Esa fidelidad a la letra por encima del espíritu de las palabras está abocando a un distanciamiento entre el nacional-sindicalismo y la sociedad. Sencillamente por el hecho de que la España de hoy se asemeja muy poco a la que ellos vivieron, y padecieron, en la década de 1930. El testimonio falangista es el conservadurismo falangista y para él no queda otro horizonte que mantener alzada la bandera sin reparar, quizás, en que el aludido alejamiento de la realidad social hace que cada vez sean menos las manos disponibles para garantizarlo.

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