Las torpes justificaciones esgrimidas por Pedro Sánchez en su discurso de investidura del pasado 15 de noviembre fueron incapaces de ocultar la motivación real y última de todas sus actuaciones: una ambición egótica por el ejercicio del poder aderezado con un regusto patológico y dudosamente democrático por hacer rabiar a sus adversarios, una derecha política y mediática que yerra estrepitosamente el juicio al afirmar que Sánchez pone en riesgo la unidad de España con tal de amarrar el poder durante otros cuatro años. Han medido mal la ambición del personaje porque la intención de Sánchez es la de perpetuarse en el poder.
Es del todo seguro que los equipos del Presidente español trabajan ya sobre el escenario del referéndum de autodeterminación catalán. La primera reunión celebrada entre PSOE y Junts, bajo la vergonzante vigilancia de un observador internacional, se convocó para abordar este asunto y ningún otro.
Pero Sánchez no va a llegar al referéndum sin un plan. Un plan terriblemente arriesgado que, de salir mal, pondrá fin al Estado español tal como lo conocemos; pero que, de salir bien, supondrá décadas de socialismo y “progreso” en España.