Por Manuel

Que Mohamed Mahmoud Salleh, imam de la mezquita de Las Palmas de Gran Canaria, exija a las autoridades civiles y hasta haga críticas políticas parece, hasta cierto punto, razonable. Él puede hacerlo, pues tiene la suerte de vivir en una democracia indefinida como la que le da cobijo. Que dé gracias a Alá de su suerte. El humano que esto escribe y millones de otros humanos no podríamos hacerlo en la mayoría de los países en los que el islam pontifica.

"No tenemos derechos, afirma el religioso mahometano, y esa afirmación implica una grave desviación de la verdad. Goza del derecho a opinar y a manifestarse en libertad, y eso, hermano musulmán, no lo tenemos los demás en los países de donde sois oriundos. Digámonos las cosas con la realidad que la verdad verdadera exige, partiendo del principio de la reciprocidad. No se puede exigir lo que no se está dispuesto a dar.

Quienes, en alguna etapa de nuestra vida, fuimos emigrantes, hemos conocido, aceptado y practicado el principio de que el primer deber del emigrante con papeles es integrarse en la civilización que le da la oportunidad de mejorar el presente y proyectarse así un futuro prometedor.

Los cristianos, judíos y mahometanos con los que he tenido la inmensa suerte de convivir evolucionamos lo necesario como para aceptar civilizadamente las leyes civiles del país, como por ejemplo las sanitarias relacionadas con la alimentación, sacrificio de animales, etc. Ninguno quiso imponer criterios extemporáneos. La religión en su sitio y las leyes en el suyo. Y ninguno, por eso, dejamos de ser auténticos en cuestión de nacionalidad o de religión.

 

Mi amigo libanés, hijo de camellero, añoraba las arenas y hasta las penurias del desierto, a pesar del presente boyante que tenía. Casado con una brasileña, tenía hijos brasileños cristianizados y hasta los acompañaba a misa. Eso no le impedía confesarme que, pues sus antepasados lo eran, él seguía siendo mahometano fervoroso. No era, pues, un apóstata. Mahometano él, católico yo, terminábamos siempre dándonos un abrazo. Éramos dos emigrantes evolucionados, civilizados, eso sí; y nunca intentamos denostar los gobernantes de la tierra que nos abrió sus brazos.

 

Estamos en el siglo XXI. Ya va siendo hora de que los humanos nos dediquemos a desarrollar una convivencia posible, sin aristas, porque ningún Dios las dictaminó, tal como ciertos religiosos y ciertos políticos quieren hacernos ver.