Por
Carlos Javier Galán

"- Cuando yo empleo una palabra -“insistió Tentetieso en tono desdeñoso- significa lo que yo quiero que signifique..., ¡ni más ni menos!
-   La cuestión está en saber -“objetó Alicia- si usted puede conseguir que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.
-  La cuestión está en saber -“declaró Tentetieso- quién manda aquí... ¡si ellas o yo!"

Lewis Carroll -“ A través del Espejo

En este país de las maravillas de Rodríguez Zapatero, nuestro particular Tentetieso, las palabras significan lo que él quiere que signifiquen.

Matrimonio, (del latín matrimonium) durante siglos ha sido la unión estable de hombre y mujer concertada de manera ritual o formal. Así lo sigue siendo en la mayor parte de Europa -“donde España constituye ahora una excepción en este aspecto- y en las restantes áreas del mundo donde tiene vigencia tal figura. Si en el ámbito religioso el término alude a un sacramento, en el ámbito civil era -desde mucho tiempo antes, por cierto- un contrato y una institución perfectamente definidos, y que en concreto España hereda del Derecho Romano.

La Real Academia Española, el Consejo General del Poder Judicial o el Consejo de Estado -entre otras instituciones- han advertido sobre la inconveniencia de regular nuevas realidades sociales y jurídicas bajo la cobertura de una institución preexistente, que ya tenía un contenido diferenciado, que estaba perfilada y consolidada en la legislación, en la jurisprudencia, en la historia, en la cultura, en la sociedad... Pero sus advertencias han caído en saco roto ante la tozudez y la demagogia.

El dictamen del Consejo de Estado, por ejemplo, sostenía que la "regulación de un nuevo modelo de convivencia en pareja entre personas del mismo sexo, encuentra un sólido apoyo en diferentes instancias de Europa (Tribunal Europeo de Derechos Humanos, Parlamento Europeo). Sin embargo, constataba que esas instancias europeas lo que propugnan "no es directamente la apertura de la institución matrimonial a parejas del mismo sexo, sino la regulación de otros modelos de pareja junto al matrimonio.

Estamos ante algo más que una discusión nominal. Hablamos de distintas realidades, que deberían regularse igual en aquello en lo que poseen contenido común, y desigual en aquello en lo que se diferencian. Esta reforma es tan improcedente como una modificación legislativa que estableciera que prestar una vivienda sin cobrar renta se llamará en lo sucesivo arrendamiento y se regulará por las normas de éste, o que la cesión de un bien a cambio de un precio más bajo de lo normal se llamará donación y se regirá por las normas de ésta. ¿Acaso no es un derecho prestar una vivienda sin cobrar nada y no debería regularse si se revela como necesario? Sin duda, pero no es un arrendamiento. ¿Es que, igual que se puede vender una cosa a precio de mercado o darla gratis, no cabe el término medio de transmitirla a un precio simbólico? Claro que se puede, pero no es una donación. Y si ese comportamiento estuviese suficientemente extendido como para resultar aconsejable una regulación legal del mismo, ¿no debería haberse así? No hay problema, pero no aplicando las normas de la donación, sino estableciendo una normativa específica, que podrá ser incluso coincidente con las reglas de la donación en todo aquello en lo que ambas realidades son similares, pero sin aplicar sin más la figura de la donación a algo que en rigor no lo es.

La unión de hombre y hombre, la unión de mujer y mujer, la unión de un hombre con varias mujeres, la unión de una mujer con varios hombres, o la unión no estable de hombre y mujer -“por ejemplo, una que se concertase definiendo desde el principio un plazo de vigencia temporal- pueden ser o no realidades respetables, pueden considerarse o no dignas de amparo, pero no son, por definición, un matrimonio.

Es una falacia decir que el matrimonio era un derecho que les estaba vedado a algunos ciudadanos. El matrimonio –esto es, el derecho a unirse formalmente con una persona de sexo opuesto- era un derecho accesible a todos los ciudadanos sin excepción, con las solas limitaciones legales de edad y capacidad. Lo que se pretendía ahora era la regulación, en realidad, de un nuevo derecho, de una nueva institución, consistente en la unión estable de personas del mismo sexo. Una aspiración, en mi opinión -vaya por delante- perfectamente defendible y que, dado que existía demanda social para su amparo legal, debería haberse afrontado creando un nuevo modelo ad hoc de unión civil, con sus propios derechos y deberes, sin utilizar una institución milenaria ajena a esa nueva realidad.

Ciertamente, si hemos llegado a este punto, es porque en la Presidencia del Gobierno español ha aterrizado un personaje que no creía que iba a desempeñar tal responsabilidad, que formuló cientos de promesas coloristas en una campaña en la que no esperaba ganar las elecciones. Y que, a falta de poder llevar a efecto objetivos más complicados -“vivienda, sanidad, educación, empleo...- va a cumplir a rajatabla sólo las promesas más gestuales. Con ello conseguirá -“lo va consiguiendo- distraer la atención y alimentar debates sociales que hasta hace bien poco eran inexistentes.

Pero también hemos llegado a este punto, y no conviene olvidarlo, porque, durante los ocho años anteriores, el Partido Popular se empeñó en cerrar los ojos ante una emergente demanda social y no quiso legislar, de ninguna manera, sobre uniones civiles. Si se hubiera hecho, es muy probable que hoy no se hubiera puesto en tela de juicio el contenido de la institución matrimonial.

Cuando una pareja del mismo sexo convive de forma estable y crea un hogar, una comunidad de intereses, una economía compartida..., y cuando esa es la legítima realidad de miles de personas en una sociedad, no parece disparatado que quieran que se regulen sus derechos y obligaciones, los propios de tal situación o los convenientes a la misma, en muchos aspectos: subrogaciones en arrendamientos, herencias, posibles prestaciones económicas... Y esto podía y debía haberse hecho, sin duda, hace años. El Gobierno del PP se cerró en banda a legislar estas uniones, aunque ahora se llene la boca en defender su conformidad con esa regulación siempre que no se llame matrimonio. Los hechos son tozudos: la mayoría absoluta de los "populares bloqueó en el parlamento todas las iniciativas legislativas surgidas de los distintos grupos, e incluso dilató su propia proposición de Ley de Uniones Civiles hasta que se agotó la legislatura.

Si uno repasa las reivindicaciones de las asociaciones de gays y lesbianas en aquellos años, no se centraban en reclamar un "matrimonio homosexual, sino en una legislación que contemplase de forma razonable otras figuras de convivencia distintas del matrimonio. El inmovilismo es la peor receta, porque a veces no querer cambiar lo que debe cambiarse lleva a que los relevos políticos o las oleadas sociales arrastran incluso lo que debería permanecer.

En 1998, por ejemplo, yo intervine como abogado en un coloquio en el programa de Miguel Ángel García Juez en Radio Voz, en el que coincidí con Mili Hernández, representante de los colectivos de lesbianas. Y todos los presentes defendíamos una legislación de parejas que regulase sus derechos, pero nadie hablaba entonces de un "matrimonio homosexual.

En su momento, por tanto, defendí pública y abiertamente la razonable aspiración de los homosexuales a una regulación legal de los efectos de sus convivencias y, sin embargo, ahora sostengo que no es acertado haberlo hecho reformando la figura del matrimonio, de forma tan poco rigurosa, y además sin un debate social mínimamente serio, creando un problema innecesario.

Pero tampoco comparto el criterio de mi querido Paco Ortiz en esta misma web, que restringe el concepto de familia a la posibilidad de procreación. Y es que, si matrimonio es la unión estable de hombre y mujer -“donde, en efecto, está presente por tanto la transmisión de vida como algo implícito-, familia, sin embargo, es otra cosa.

La familia (proviene de idéntica palabra latina) se define como una pluralidad de personas emparentadas y que conviven. Ese parentesco puede ser tanto por lazos de sangre como por afinidad. Y la afinidad, en nuestro Derecho y en la sociedad actual, no es sólo la que se forma por el matrimonio, sino como dicen muchas de nuestras leyes, también "por análogas relaciones de afectividad.

Yo creo que debemos tener un concepto amplio de familia. Es familia un matrimonio con hijos. Lo es un matrimonio sin hijos -“porque no puedan o porque no quieran tenerlos-. Lo es una pareja estable no casada y con hijos. Lo es una pareja estable no casada y sin hijos. Es familia la madre soltera con su/s hijo/s. Forman familia un viudo o una viuda con sus hijos. Son familia dos hermanos/as solteros/as que deciden establecer una convivencia y una economía común, ¿por qué no? Si una persona de edad avanzada permanece soltera, no ha formado su propia familia, y cuida de su anciano padre, ¿no forman ambos familia? Y cuando hay un abuelo o una abuela en la casa junto con la familia nuclear, aquél o aquélla es parte de la familia, indudablemente. Son familia los separados y divorciados con sus hijos. Lo son también con sus nuevas parejas... Y son familia las parejas homosexuales. Entre estas realidades que cito algunas están abiertas a la procreación y otras no, pero no por eso dejan de constituir una familia.

Familia no es igual a matrimonio, ni presupone necesariamente el matrimonio. Incluye los lazos de sangre, pero también los que nacen de la afectividad. Hay un modelo familiar matrimonial, pero hay muchos modelos familiares no matrimoniales. Y todos los modelos familiares son dignos de protección, a mi juicio.

Porque la familia -“todas las familias- son células sociales básicas. Todos los modelos que he citado -y muchos más que pueden darse en la práctica- son, para sus respectivos integrantes, sus unidades naturales de convivencia. Todos cumplen funciones sociales importantísimas, de tipo asistencial entre sus miembros, de contenido educativo... Todas son comunidades de intereses y de vida con profundos lazos.

Zapatero ha hecho mal en confundir el matrimonio con otras parejas. Pero creo que caeríamos en un error parecido nosotros si confundiésemos la familia con el matrimonio, limitando aquélla a éste.