Por Carlos Javier Galán

Más allá de las opiniones subjetivas que cada cual tenemos sobre las luces y sombras del pontificado de Juan Pablo II, yo resaltaría hoy precisamente el aspecto social de su mensaje, con el que tantas coincidencias podemos encontrar quienes nos identificamos con el proyecto político de Falange Auténtica.

Estos días los medios nos están explicando reiteradamente los rituales que se sucederán entre su muerte y la designación del nuevo Papa, nos están hablando de su trayectoria vital y pontifical, de sus gestos públicos, de su ecumenismo, de sus viajes... Pero parece que a muy pocos interesa recordar este otro aspecto, tan característico de su línea de pensamiento.

Se ha dicho –con cierto simplismo que, sin embargo, a mi modo de ver esconde un fondo de verdad- que este Papa ha sido extraordinariamente conservador en lo moral y lo eclesial y, sin embargo, muy avanzado en lo social.

Ese enfoque "progresista en las cuestiones sociales ha sido ignorado por la propia izquierda política, que despachaba a Juan Pablo II despectivamente, resaltando sólo sus opiniones en materia sexual. Opiniones que -aun no compartiéndolas en buena medida y pareciéndome harto discutibles- creo que se caricaturizaban injustamente y sin el rigor que sería exigible.

Y ha sido también ignorado –cómo no- por esa derecha que recuerda estos días lo más superficial del Papa, lo más sentimental..., pero que prefiere olvidar por completo, por ejemplo, su crítica a la guerra, al imperialismo, o al neoliberalismo económico.

Por eso, creo que es oportuno recordar ese mensaje papal, de hondo calado, que ha puesto el dedo en la llaga de los grandes retos de nuestro tiempo y que representa, sin duda, uno de los más importantes legados de Juan Pablo II.

EL TRABAJO HUMANO

Ya en su encíclica Laborem Exercens (1981), Wojtila desarrolló una detallada crítica a la consideración del trabajo humano como un mero factor de producción: "El peligro de considerar al trabajo como una mercancía sui generis, o como una anónima fuerza necesaria para la producción (...) existe siempre, especialmente cuando toda la visión de la problemática económica está caracterizada por las premisas del economicismo materialista.

NI CAPITALISMO NI COLECTIVISMO

Desde esa perspectiva, criticaba el sistema capitalista como una "inversión de orden en la que "el hombre es considerado como un instrumento de producción, cuando él –él solo, independientemente del trabajo que realiza- debería ser tratado como un sujeto eficiente y su verdadero artífice y creador.

Pero también alertaba sobre la supuesta "solución que pretendía representar el comunismo, al apuntar que "el mero paso de los medios de producción a propiedad del Estado, dentro del sistema colectivista, no equivale ciertamente a la socialización de esa propiedad. Se puede hablar de socialización únicamente cuando quede asegurada la subjetividad de la sociedad, es decir, cuando toda persona, basándose en su propio trabajo, tenga pleno título a considerarse al mismo tiempo copropietario de esa especie de gran taller de trabajo en el que se compromete con todos.

ECONOMÁA SOCIAL

Incluso apuntaba a soluciones de economía social como las que nosotros defendemos: "Un camino para conseguir esta meta podría ser la de asociar, en cuanto sea posible, el trabajo a la propiedad del capital y dar vida a una rica gama de cuerpos intermedios con finalidades económicas, sociales, culturales.

Y ello desde la creencia de que el sistema de trabajo justo es aquel "que en su raíz supera la antinomia entre trabajo y el capital, tratando de estructurarse según el principio (...) de la sustancial y efectiva prioridad del trabajo, de la subjetividad del trabajo humano y de su participación eficiente en el proceso de producción.

NORTE-SUR, UN ABISMO QUE SE AGRANDA

Años más tarde, en el brillante análisis contenido en la encíclica Sollicitudo Rei Sociales (1987), al comparar la situación actual de desarrollo con la existente veinte años antes, subraya su impresión negativa: "Dejando a un lado el análisis de cifras y estadísticas, es suficiente mirar la realidad de una multitud ingente de hombres y mujeres, niños, adultos y ancianos, en una palabra, de personas humanas concretas e irrepetibles, que sufren el peso intolerable de la miseria. Son muchos millones los que carecen de esperanza debido al hecho de que, en muchos lugares de la tierra, su situación se ha agravado sensiblemente.

"La primera constatación negativa que se debe hacer es la persistencia y a veces el alargamiento del abismo entre las áreas del llamado Norte desarrollado y las del Sur en vías de desarrollo (...). A la abundancia de bienes y servicios disponibles en algunas partes del mundo, sobre todo en el Norte desarrollado, corresponde en el Sur un inadmisible retraso y es precisamente en esta zona geopolítica donde vive la mayor parte de la humanidad. Al mirar la gama de los diversos sectores –producción y distribución de alimentos, higiene, salud y vivienda, disponibilidad de agua potable, condiciones de trabajo, en especial el femenino, duración de la vida y otros indicadores económicos y sociales- el cuadro general resulta desolador, bien considerándolo en sí mismo, bien en relación a los datos correspondientes de los países más desarrollados del mundo.

Pero, además, ese "abismo no es un fenómeno estático, sino que la situación empeora y "en el camino de los países desarrollados y en vías de desarrollo se ha verificado a lo largo de estos años una velocidad diversa de aceleración, que impulsa a aumentar las distancias.

Esa existencia de un Primer, Segundo, Tercer Mundo o incluso el llamado Cuarto Mundo, compromete la "unidad del género humano.

Entre los indicadores negativos de subdesarrollo, Karol Wojtila analizaba el analfabetismo, los problemas educativos, la explotación, la discriminación, el problema de la vivienda, el desempleo o el subempleo...

UN SISTEMA ECONÓMICO INJUSTO

En esta situación no cabe duda de que tienen responsabilidad en ocasiones las propias autoridades y agentes sociales de las naciones en vías de desarrollo, pero existe una responsabilidad insoslayable de las naciones desarrolladas y en el propio sistema económico mundial: "Es necesario denunciar –decía Juan Pablo II- la existencia de unos mecanismos económicos, financieros y sociales, los cuales, aunque manejados por la voluntad de los hombres, funcionan de modo casi automático, haciendo más rígidas las situaciones de riqueza de unos y de pobreza de los otros. Estos mecanismos, maniobrados por los países más desarrollados de modo directo o indirecto, favorecen a causa de su mismo funcionamiento los intereses de los que los maniobran, aunque terminen por sofocar o condicionar las economías de los países menos desarrollados. De esta forma "los países subdesarrollados, en vez de transformarse en naciones autónomas, preocupadas de su propia marcha hacia la justa participación en los bienes y servicios destinados a todos, se convierten en piezas de un mecanismo y de un engranaje gigantesco. Por ello, se hace "necesario someter en el futuro estos mecanismos a un análisis atento bajo el aspecto ético-moral. En ese análisis, el pontífice apuntaba a la reforma del sistema internacional de comercio "hipotecado por el proteccionismo y el creciente bilateralismo, a la reforma del sistema monetario y financiero mundial que señalaba como insuficiente, a la cuestión de los intercambios de tecnologías y de su uso adecuado y a la necesidad de una "revisión estructurada de las organizaciones internacionales existentes, en el marco de un nuevo orden jurídico internacional.

LOS BLOQUES Y EL IMPERIALISMO

Juan Pablo II constataba la existencia, en aquel momento histórico, de dos bloques antagónicos, que convertían la contraposición ideológica en contraposición militar en el tiempo de la "guerra fría, y recordaba que "la doctrina social de la Iglesia asume una actitud crítica tanto ante el capitalismo liberal como ante el colectivismo marxista y considera "urgentes e indispensables las transformaciones de estos sistemas para promover "un desarrollo verdadero e integral del hombre y de los pueblos.

Denunció que "cada uno de los bloques lleva oculto internamente, a su manera, la tendencia al imperialismo (...) o a formas de neocolonialismo y que esa división constituía un "obstáculo directo para la verdadera transformación de las condiciones de subdesarrollo.

Frente a ese imperialismo que utiliza el liderazgo como instrumento de opresión internacional, Juan Pablo II aseguraba que "un papel de liderazgo entre las naciones se puede justificar solamente con la posibilidad y la voluntad de contribuir, de manera más amplia y generosa, al bien común de todos. Una nación que cediese, más o menos conscientemente, a la tentación de cerrarse en sí misma, olvidando la responsabilidad que le confiere una cierta superioridad en el concierto de las naciones, faltaría gravemente a un preciso deber ético.

Cuando ahora Bush declara luto nacional en Estados Unidos por la muerte de quien esto decía, nos ofrece una exhibición incontenida de cinismo e hipocresía.

UN DESARROLLO ECOLÓGICO

Desde una inequívoca conciencia ecológica, el Papa escribía en su encíclica que "el desarrollo no es un proceso rectilíneo, casi automático y de por sí ilimitado. Reclamaba una "mayor conciencia de que no se pueden utilizar impunemente las diversas categorías de seres, vivos o inanimados (...), como mejor apetezca según las propias exigencias económicas. Al contrario, conviene tener en cuenta la naturaleza de cada ser y su mutua conexión en un sistema ordenado, que es precisamente el cosmos. Es preciso llamar la atención sobre "la limitación de los recursos naturales, algunos de los cuales no son (...) renovables. Usarlos como si fueran inagotables, con dominio absoluto, pone seriamente en peligro su futura disponibilidad para ésta y otras generaciones. Pero además, la industrialización sin medida incide sobre la calidad de vida con "la contaminación del ambiente y con "graves consecuencias para la salud de la población.

UN DESARROLLO HUMANO FRENTE AL CONSUMISMO DESMEDIDO

Pero es más: aunque no existiera esa limitación ecológica al desarrollo desmedido, no puede olvidarse que la degeneración que supone el consumismo materialista no resulta ni personal ni socialmente enriquecedora. Si no es justo excluir del disfrute de los bienes y servicios a la mayoría del género humano, tampoco basta "la mera acumulación de bienes y servicios, incluso a favor de una mayoría para "proporcionar la felicidad humana.

El Papa consideraba "altamente instructiva una "constatación desconcertante de nuestro tiempo: "junto a las miserias del subdesarrollo, que son intolerables, nos encontramos con una especie de superdesarrollo, igualmente inaceptable porque, como el primero, es contrario al bien y la felicidad auténtica. En efecto, este superdesarrollo, consistente en la excesiva disponibilidad de toda clase de bienes materiales para algunas categorías sociales fácilmente hace a los hombres esclavos de la posesión y del goce inmediato, sin otro horizonte que la multiplicación o la continua sustitución de los objetos que se poseen por otros todavía más perfectos. Es la llamada civilización del consumo o consumismo, que comporta tantos desechos o basuras. Un objeto poseído, y ya superado por otro más perfecto, es descartado simplemente, sin tener en cuenta su valor permanente para uno mismo o para otro ser humano más pobre. Todos somos testigos de los tristes efectos de esta ciega sumisión al mero consumo: en primer término, una forma de materialismo craso, y al mismo tiempo una radical insatisfacción, porque se comprende rápidamente que –si no se está prevenido contra la inundación de mensajes publicitarios y la oferta incesante y tentadora de productos- cuanto más se posee más se desea, mientras las aspiraciones más profundas quedan sin satisfacer y quizá incluso sofocadas.

Y es que "si el desarrollo tiene una necesaria dimensión económica, puesto que debe procurar al mayor número posible de habitantes del mundo la disponibilidad de bienes indispensables para ser, sin embargo, no se agota con esta dimensión porque "el desarrollo no puede consistir solamente en el uso, dominio y posesión indiscriminada de las cosas creadas y de los productos de la industria humana, sino más bien en subordinar la posesión, el dominio y el uso a la "realidad trascendente del ser humano.

EL DESAFÁO DE UN FUTURO MÁS JUSTO

Pero, ante este panorama, proclamaba su "confianza en el hombre porque, aun conociendo la maldad de la que es capaz, también existen en la persona "suficientes cualidades y energías y una "bondad fundamental.

Por tanto, ante las injusticias del mundo, "no se justifican ni la desesperación, ni el pesimismo, ni la pasividad porque -y éste es el llamamiento último que me gustaría recordar del Papa recién fallecido- "así como se puede pecar por egoísmo, por afán de ganancia exagerada y de poder, se puede faltar también –ante las urgentes necesidades de unas muchedumbres hundidas en el subdesarrollo- por temor, por indecisión y, en el fondo, por cobardía. Todos estamos llamados, más aún obligados, a afrontar este tremendo desafío.


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