Man Kan

Carlos camina por una calle de Madrid. Carlos es un tipo normal: 18 años, preocupado por su futuro y por su entorno.

Carlos nació en 1985, apenas sabe quien fue Adolfo Suarez y no le suena de nada un tal Arias Navarro; tiene recuerdos muy vagos de las Olimpiadas de Barcelona y su primera preocupación seria fue si ocurriría el "mal del milenio aquella Nochevieja del 2000.

Carlos conoce de "toda la vida, los canales privados de TV, Internet, la Play, los teléfonos móviles, la Liga de las Estrellas y la corrupción de los políticos.

Carlos y muchos de sus colegas han votado por primera vez; unos al PP y otros al PSOE, bueno, su amigo Pedro lo hizo a Izquierda Unida, pero es que Pedro siempre está llevando la contraria y además su padre es enlace sindical. Carlos y sus amigos no hablan demasiado de política; claro, todos estaban de acuerdo en el "No a la Guerra, en que lo del Prestige es una putada, en que Aznar es un soso y un poco chulo y "La Botella una pija, en que Zapatero es un poco pesado y que lo del Pais Vasco no es por culpa de todos los vascos pero hay mucho cabrón suelto.

Pero Carlos hoy va algo preocupado, votó y en su interior algo le dice que esto es un timo, que ellos los políticos están muy lejos y son todos iguales. Sí, las cosas van funcionando, la ciudad está más o menos limpia, el autobús llegará a su parada, los semáforos funcionan y habrá fútbol el próximo Domingo. Carlos siente que hay algo injusto en todo esto, siente que cada uno avanza por su lado y las instituciones se organizan para que nada cambie. Carlos siente que él no es partícipe de las decisiones importantes, que hombres apoltronados en sus sillones de gobernantes hablan de él y su gente -los jóvenes- pero éstos no son parte del Poder. Carlos empieza a sentir un vacío en el estómago por el baile de millones, el baile de tránsfugas, el baile de cifras (emigrantes, parados, muertos en carretera, accidentes laborales, actos violentos, mercado de valores), el baile de los malditos de todos y cada uno de los días y él sólo puedo observarlo como si de una película se tratara. Carlos se empieza a sentir verdaderamente mal cuando piensa que pronto buscara su primer empleo y le introducirán más en este sucio engranaje, que sus amigos seguirán votando al PP o al PSOE y Pedro volverá hablar de Cuba y de huelga general. Carlos comprende que ayudar de vez en cuando en una ONG no es suficiente, que poner copas o dar clase particulares para pagarse "sus cosas y no presionar más a su padre no es suficiente. Carlos está a punto de vomitar. Su padre. ¿Será él como su padre?, ¿enganchado toda su vida a una eterna hipoteca y la pensión que pasa a su madre?. Trabajando y consumiendo, consumiendo y trabajando.

Carlos querría construir su futuro, trabajar en una empresa en la que creyera, e una sociedad en la que confiara, en un País de todos. Carlos quiere SER, no ESTAR.

Carlos se acerca a su parada del autobús, hace tiempo que sus pensamientos le impiden escuchar la música que llega a su oído desde el reproductor MP3. Carlos repara en una pegatina azul y amarilla, en un símbolo ajeno, en un raro yugo y unas flechas; los fachas –piensa-, y lee: "un PROYECTO en que TODAS las PERSONAS puedan PARTICIPAR, "SOMOS MUCHOS, y Carlos se sorprende de que esa pegatina no grite algo como "salvar la patria, o que sea excluyente: "fuera moros y Carlos se siente extrañamente parte de ese colectivo, parte de esos muchos, de esa mayoría penitente de la falsa democracia. Carlos siente curiosidad por saber cual es ese proyecto común, quiere saber si su recién nacida rebeldía puede ser compartida, quiere saber si estos de la pegatina son parte del pasado o edifican futuro que ilusione.

Carlos sube a su autobús, y ya sentando, apunta algo en un papel: www.falange-autentica.org.

A Pedro no le dirá nada de momento, pero quien sabe.

 


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