Nadie podrá decir, sin faltar a la verdad, que los falangistas de La Auténtica hayamos adoptado una posición dudosa respecto a la aceptación de la Democracia, como fórmula de convivencia para España. Jamás hemos tenido palabras que significaran rechazo a la implantación y normalización del régimen democrático surgido de la Constitución del 78, con independencia de las reservas que toda obra humana pudiera presentar -y las leyes constitucionales son obras de los hombres-, a fin de perfeccionar o corregir  aquellas situaciones que estuvieran equivocadas o hubieran quedado obsoletas; esto, además de ser lógico, manifiesta una clara lealtad pues supone un  sincero deseo de mejorar el articulado y la aplicación de la Ley de leyes.

Por eso, tenemos derecho a solicitar las revisiones que sean necesarias para hacer de nuestra Constitución un conjunto legal cada vez más consecuente con su finalidad de servir a España y a los españoles. Hoy, en ese sentido, son ya muchos los que desde posiciones muy distintas, piden y hasta exigen que nuestra norma constitucional se revise en la forma precisa: artículos referentes a la consideración de “nacionalidades” a las regiones españolas,  cierre  de competencias estatales y autonómicas, articulación territorial de España, reforma del estatus de la Casa Real, institucionalización de partidos políticos, sindicatos y patronales (nadie se explica porqué hay que sufragar a estos parásitos, tal como están), etc. son aspectos en donde el Pueblo español, tras treinta y cinco años de democracia, tiene que dar y ver plasmada su opinión, sobre todo después de que la praxis de este sistema no se corresponde con lo que la sociedad esperaba y, al contrario, nos ha mostrado sus graves defectos que se traducen en una insoportable corrupción, una peligrosa ofensiva contra el concepto y sentido nacional, de la grave incorporación de “lobbys” o grupos de presión cada vez más destructivos del interés común y muchas deficiencias más.

El caso español, a estudiar por la ciencia política, resulta particularmente singular. Estamos ante una situación que nos ha hecho retroceder en lo social, cincuenta años, tras la constante y paulatina recuperación  económica y asistencial que habíamos empezado en los años de la Autarquía.  Desde luego nosotros no esperábamos que la Democracia  nos regresara a los años de la posguerra. Ahora, situaciones ya superadas vuelven con toda su crudeza en forma de familias sin trabajo, comedores sociales y humanitarios, emigración de la juventud trabajadora, angustia generalizada por una vida de 435 euros en pensiones de miseria, millones de repartos por Cáritas, Manos Unidas o los Bancos de Alimentos. Y esto no es sólo debido a una crisis económica y financiera, es también por una crisis de la política tal y como la llevan a cabo los beneficiarios del sistema.

Por todo eso, no podrán negarnos nuestro derecho a mostrar no solo indignación, sino nuestra exigencia de que cambie esta sucia y dramática realidad ¿Cuando ha habido suicidios por miedo a un desahucio? Que esto desaparezca cuanto antes y brille con normalidad y decencia la verdadera democracia. ¡No es esto, no es esto!, que decía Ortega y Gasset ante la pifia de la II República.

Eduardo López Pascual