Justo Hernández

Como en tantas otras cosas, hablar de autogestión, es arriesgarse a que nos condenen la derecha y la izquierda. La primera, por su defensa a ultranza del derecho a la propiedad oligárquico; la segunda, por su dogmatismo estatificador y su miedo a la Libertad, que tan magistralmente describió E. Fromm.

El término "autogestión fue introducido en Francia a fines de los años sesenta para designar la experiencia yugoslava intentada a partir de 1950 con vistas a instaurar un socialismo antiburocrático y descentralizado. Sin embargo, la denominación no parece muy acertada para el concepto que se trata. Como la noción de "gestión está cargada de una racionalidad puramente económica, la de autogestión se encuentra a priori limitada a la "gestión de una empresa, de una colectividad, por el personal (definición del Diccionario Robert).

Los términos anglosajones equivalentes, por el contrario, sitúan la noción de autogestión en la amplitud humana de su espacio específico: por una parte el self-government traduce la voluntad del ciudadano de participar activamente en el funcionamiento de la democracia, suprimiendo lo más posible la distancia que lo separa del poder; por otra parte, el self-management expresa la intención de transferir parcial o totalmente el poder resolutivo a todos los miembros de una empresa. Según este doble enfoque, la autogestión supone aspectos a la vez políticos y económicos.

La transferencia de los poderes de la cúspide a la base implica otras modificaciones necesarias para su ejercicio por parte de todos. Por esto la autogestión encuentra su aplicación en muchos otros terrenos: en el terreno educativo donde la relación entre educadores y educandos pierde su carácter autoritario; en la organización del trabajo que cesa de reposar sobre la rigidez del mandato y la ejecución; en la concepción misma del trabajo humano cuyo carácter alienante debe ser combatido por una reintegración de la creatividad personal a los procesos de producción.

Citemos dos definiciones de autogestión que den cuenta de sus múltiples aplicaciones:

La autogestión es una transformación radical, no solo económica sino también política, en el sentido en que destruye la noción común de política (como gestión reservada a una casta de políticos) para crear otros sentido de esta palabra: a saber, la toma en sus manos, sin intermediarios y a todos los niveles, de todos sus asuntos por los hombres.

La autogestión es en principio la gestión por parte de las comunidades de base _municipalidades y empresas, regiones_ de las tareas de naturaleza estatal que a su nivel le son propias. Pero es también el ejercicio permanente de los poderes de decisión política y de control de aquellos que los ejecutan.

Como la autogestión, es decir, el derecho a la autonomía personal, refleja una esperanza permanente del ser humano, es posible esbozar sus grandes rasgos sin hacer referencia a una doctrina determinada ni incluso, a una realidad política y social precisa.

Sin embargo, esta aspiración profundamente humana ha tomado forma de reivindicación urgente y netamente formulada, en cuanto se ha cobrado consciencia de la desposesión total de que eran víctimas los trabajadores a medida que la fabrica reemplazaba a la taller. Situándonos en esta perspectiva histórica, la exigencia autogestionaria se alimenta de todas las fuentes surgidas en el siglo XIX.

A este anhelo tampoco ha sido ajeno la propia Iglesia Católica y su doctrina social impulsada por el Papa León XIII en sus encíclicas, en particular en la Rerum Novarum (1891), lanzando la idea de una participación de los asalariados en la vida de las empresas, esperando así hacer desaparecer la lucha de clases que atribuía a los excesos del capitalismo.

Pasando por encima del socialismo científico, algunas corrientes autogestionarias gustan relacionarse con el socialismo utópico, al que consideran como proyecto autogestionario dirigido tanto o más a lo cualitativo que a lo cuantitativo. Así podemos citar a Fourier y a sus falansterios como el padre del movimiento autogestionario

La escisión producida en la I Internacional, se produjo, en última instancia, precisamente en relación al debate sobre la capacidad decisoria del proletariado y la gestión de los medios de producción por un ente dictatorial o por los propios trabajadores.

Experiencias o desarrollos autogestionarios, podemos citar muchas: los primeros soviets o Consejos Obreros rusos de 1917, paulatinamente burocratizados por la maquinaria estatal comunista, los Consejos de fábrica italianos, también de 1917, aplastados por las primeras escuadras negras del fascismo, los Consejos Obreros alemanes de 1918, de tendencia espartaquista aniquilados por la contrarrevolución....

También en las llamadas "Democracias Populares fueron aplastados sin contemplaciones los intentos de establecer sistemas autogestionarios, Hungría y Polonia en 1956 y Checoslovaquia en 1968 conocieron el peso de la represión de las expresiones de libertad, que conocedoras del socialismo "real, también desdeñaban el capitalismo.

Algo muy similar a las breves pero intensas experiencias desarrolladas en España durante los convulsos años 1936-1939 protagonizadas por el movimiento anarcosindicalista, que fueron contundentemente aniquiladas por batallones de filiación comunista.

Además del ya mencionado experimento yugoslavo, podemos citar la Argelia poscolonial, antes del monopolismo del FLNA, los UJAMA, tanzanos, o los FOKONOLONA malgaches, como iniciativas autogestionarias que parten del entorno rural, tratando de realizar un "socialismo a la africana, donde la instauración de un Estado omnipresente chocaba con las tradiciones culturales y étnicas, aunque la neocolonización ha ido sustituyendo a los pueblos como Sujeto Histórico, por las multinacionales, ahogando todo ensayo de emancipación social, política y económica.

Intentos más serios fueron los protagonizados por los kibutzim israelíes, en los que la propiedad privada fue abolida salvo para lo imprescindible ("la prolongación del hombre sobre sus cosas que dijo José Antonio) las decisiones se toman siempre en asambleas, en las que la Igualdad es el máximo valor (igualdad que se hace extensiva a horarios de trabajo, abolición del salario, rotación de tareas...) Los Kibutz terminan organizándose verticalmente en federaciones para la asistencia financiera y técnica, compra de materiales y venta de productos.

En Europa podemos mencionar el cooperativismo francés y la codecisión alemana, surgidas tras la II Guerra Mundial...

Los vaivenes del movimiento autogestionario, sus aciertos y fracasos no han implicado, en absoluto, que la esperanza de emancipación se marchite. La autogestión no ha tenido oportunidad de pasar la prueba de la verdad; no ha sido realizada en ninguna parte. Existe es cierto, en estado de proyecto global, aunque su misma lógica impide una teorización rígida que acote sus infinitas posibilidades.

Pero ¿por qué no? Podría servirnos perfectamente lo que dejó escrito magistralmente Pedro Conde: "La nueva empresa que reivindicamos los falangistas auténticos es aquella en la que la propiedad de la empresa, el derecho de gestión y control, están en manos de los que la trabajan (...) La toma de decisiones se realizará de forma asamblearia de abajo a arriba, reservándose el Estado representativo el arbitraje de las relaciones económico-sociales y la potestad para evitar las difíciles acumulaciones de capital fuera de la planificación concertada.
La nueva empresa sindical-autogestionaria es la única que garantiza a los trabajadores la propiedad de los medios de producción y que la plusvalía revierta directamente al colectivo de los trabajadores de la empresa

La bocanada de aire fresco que ha supuesto la (re)aparición de la Falange Auténtica y su valentía sin ambigüedades al unir el binomio autogestión y libertad supone una esperanza que espero barra como un huracán la mediocridad y la impostura... Y para lo que sea preciso, aquí me tenéis dispuesto.

Por la Patria, el Pan y la Justicia

Justo Hernández.


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