José Manuel Cansino

Una parte no desdeñable de las mañanas de sábado de mi infancia consistieron en largas visitas al Cementerio de San Fernando (Sevilla) al que mi madre nos llevaba a "visitar" a un tio mío que lo acababa de llamar el Altísimo en plena mocedad. Las oraciones, las flores (que duraban el tiempo de la visita pues inmediatamente después eran recicladas por los floristas y vueltas a ofrecer a los visitantes), el adecentamiento de la tumba y las lágrimas vertidas desde las entrañas de una mujer rota se sucedieron durante años hasta que la pérdida se fue encajando a base de esperanza en la vida eterna y a fuerza de reconocer que no había otra que aceptar la voluntad de Dios por inexplicable que resultara. Las visitas y las oraciones eran el homenaje –muchas veces tardío- a los seres queridos en una sociedad en la que todavía la familia era la familia. Esta manera de honrar a los difuntos también la conocí en otro Camposanto (el de San Antonio, en mi pueblo) en el que en los días previos al comienzo de noviembre mis tías nos enseñaban las tumbas de nuestros parientes a modo de peculiar árbol genealógico que uno se apresuraba a retener en la mente y del que formaban parte bisabuelos, tatarabuelos, hermanos de los primeros y los segundos, parientes en general cuyas lápidas se afanaban en limpiar con intensidad decreciente a medida que el parentesco se alejaba.

Los españoles aprendimos de este modo a homenajear a los que se fueron visitando al menos una vez al año los lugares donde descansaban sus restos. Ahora que ya no tenemos tiempo ni para visitar a los abuelos que superviven, lo mejor que se ha "inventado" es el horno crematorio que te libera de la mala conciencia por no visitar al difunto y de paso te ahorras las hipertasas municipales por mantener pacíficamente el enterramiento. Si lo anterior va unido de una espontánea "conciencia ecológica" que surge en la familia del fenecido, mejor que mejor.

Y ya puestos a postergar lo luctuoso y a sustituirlo por lo verbenero, allá que viene el auxilio del gran hermano y nos ofrece "Halloween" patrocinado por JB para los mayores y McDonalds para los pequeños. Pues encantados de la vida, así que viento para las cenizas y güisqui y calabazas para todos.

En mitad de la bienvenida americanización varios niños italianos han sido sepultados en plena celebración escolar de "Halloween". Sus padres no quisieron suspender la fiesta a pesar de que el párroco del pueblo había advertido muy de mañana que los primeros temblores desaconsejaban abrir la escuela. Descansen en paz.


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